En la aldea, recluido en estas soledades de Castilla que el tiempo no turba, mientras no olvidas y te desangras en espinas, lacerado ángel, y estéril es creer anónimo el recuerdo mientras por las tapias asoman sus dedos los fusilados.
Si el viento de la tarde abrasara la memoria y pájaros libasen las sombras que circundan tus iris como cadenas, en la noche, al menos, el desasosiego oculto, el aguijón del remordimiento no sería la verdad desnuda, que como acíbar te sabe.
Pasión quisieras que irguiese en la culpa tu ceniza, vibrante brasa que borrara la estela del crimen. La luna cava en la conciencia como el filo de tu sable en la ejecución. Violenta fue la señal que llamó al fogonazo y al estruendo, y el plomo tiñó de sangre y de rosas su trazado, para desnudar a diez hombres de la vida.
Mas el viento de la tarde no abrasa la memoria, ni hay calma en este escondrijo final de silencio y abandono en el que nadie sino tú habita, como alimaña, huido del pasado y del perdón. Solo la culpa como una soga o gusano reseco te desciende por la garganta.
Fernando Alda Sánchez
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