los altos puertos, las parameras,
el vuelo del milano o el rodar
del agua, y sueña con tristes
laberintos, con perdidas quimeras,
con el fluir de la sangre su paso
de fuego entre esos labios recién
abiertos que jamás besarán, y empapar la tierra:
allí yace, herido a espada,
abandonado en el lance peligroso,
esperando en el sol el último caer
de la tarde en sus párpados aún temblorosos.
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