manto fueron y lágrimas del peregrino
extranjero, y su cansancio
reflejo en las lagunas que cercan
la raíz de la nieve y el vuelo de las aves.
Briznas de hierba perfuman aún sus sienes,
o sombra de sauce que guardan sus palabras
que esbozan sugeridos santuarios
donde es el heno yacija
parca y cobijo de inclemencias,
y sus huesos
flébil arcilla moldeada por la muerte.
No esperaba más de la vida
que el sol sobre su cabeza, el aire
limpio en el pecho abrasado,
y cañadas y caminos en los que transitar
su abandono. Pronuncia
nombres de ciudades dormidas en la niebla,
tórridos lugares,
la humedad de tupidos bosques:
dicen que si bajo el sayo se esconde
un príncipe, acaso un sabio,
por sus ademanes serenos y la certeza
del lacerado juicio, mas
él niega y sonríe,
apurando el vino agrio de las generosas
cepas, mientras canta por veredas y tabernas
a la voluble fortuna.
Sabe de la soledad en las encrucijadas
y del fúnebre tañido de campanas
en la noche: estrellas vespertinas
bordaron negros velos y se ha de buscar
el resguardo de la lumbre.
Fernando Alda Sánchez
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