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viernes, 25 de octubre de 2019

Agua oscura


      El agua oscura de los estanques, el agua sin ojos que nos mira, inquietante espejo, el reflejo de los cielos y de las flores, el rostro de los árboles, el rastro de tiza de una alondra que sobrevuela el instante o los sauces que abrazan con su llanto el abandono de la belleza, la rendición de la luz. Sería así una foto fija, un recuerdo plasmado en sales de plata, la memoria escondida, el vientre de la nube. Y solo quisieras dejarte ir en este paisaje que está esperando la niebla que vendrá a redimir su tristeza.

      Evocar situaciones o imágenes similares resulta fascinante. Me permite evadirme de la prisión y de los hierros que Santa Teresa veía crecer sobre el alma en el tránsito que tenemos por el mundo, de la prisión y los hierros que atenazan a "un hombre que todo es alma", a un hombre que "está cautivo en su cuerpo", que decía Lope de Vega. Y en estas reflexiones en las que me pierdo en esta mañana luminosa de octubre, en espera de la lluvia que volverá con su grisalla y sus ensalmos, sus cantos de sirena, en los próximos días, me pregunto yo hoy por las prisiones que nos retienen en la realidad actual, en la sociedad que tenemos.

      Y cada cual verá las suyas, si es que las ve o las siente, si es que las palpa en medio de tanta oscuridad como nos rodea. Y estoy seguro de que, gracias al relativismo imperante, no llegaríamos a un consenso, a un mínimo acuerdo, sobre qué es lo que nos encierra y aprisiona. Tal es el grado de falta de conocimiento de la verdad. Pero no es el momento de abrir en canal la conciencia, aunque si sería conveniente despabilarla un poco, pues tanta anestesia como nos sirven en vena nos tiene adormilados, maltrecha la inteligencia.

       Quizá el agua oscura de nuestros propios estanques, de esos que tenemos tan dentro, tan profundos que ya no nos acordamos de ellos, sigue esperando que una mano rompa la tensión de su superficie, que unas pequeñas ondas, como las que produce una piedrecilla al caer, alteren la inercia y el olvido al que sometemos nuestra memoria. Y no lo digo por revolver nada, sino por sabernos vivos, explícitamente vivos, conscientes de lo que somos, formulándonos siempre esas cuestiones a las que tanto nos aterra enfrentarnos, y que siguen viviendo en esos estanques de los que hablo, en esas profundidades del ser y de la conciencia a las que no nos gusta viajar muy a menudo.

      Me dejo ir, desde luego, aunque se que las ondas que acaban de producirse, también por un pez que ha saltado brevemente, casi sin ser visto, acaso sean el efecto mariposa que vendrá a trastocarlo todo, a cambiar las cosas de sitio, a desbaratar nuestras comodidades, nuestro confort, esos espacios que creemos intocables y que la simple contemplación del agua detenida puede sacar a la luz, por su atracción, sin darnos cuenta bien de lo que ocurre, pues tenemos mecanismos misteriosos y extraños que nos impulsan, no sabemos cómo, a tomar decisiones, con "una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar al final", y vuelvo a citar a Teresa de Ávila, camino y ejemplo.

     Por hoy, basta de estas nuevas melancolías, que también son prisión y encierro, en ocasiones un grillete que no nos deja avanzar. Vamos, entonces, sin dilación, a salir a saludar al sol.

Fernando Alda Sánchez


Nota: La foto está tomada de pixabay.com


     


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