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miércoles, 23 de octubre de 2019
En el desván
La lluvia de hoy quiere morder el alma, que es como un estanque oscuro, un espejo sin fondo, que absorbe todo cuanto en él se refleja y lo retiene. Es un día para mirar hacia adentro, para revolver, con cuidado, entre los cachivaches que guardamos en las alcobas interiores de lo que conforma nuestro existir. No es hora de hacer balance, solo es un buen momento para curiosear, como cuando subimos al desván, o al sobrado, como se dice todavía en algunos pueblos de Castilla, para alimentar nuestra imaginación y recordar viejas vidas y olvidadas anécdotas que guardamos acaso para seguir viviendo, para no morir con tanta desmemoria.
El mundo acelerado y virtual que vivimos no tiene lugar para estos acomodos, no hay espacio para almacenar tanta sobre información como nos atosiga por los sentidos a todas horas. Ya no somos capaces de reciclarla y mucho menos de almacenarla. No importa, no merece la pena, es reiterativa, redundante, repetitiva y, por tanto, carece de valor.
En esta sociedad en la que nos vemos obligados a asistir a la retransmisión simultánea de lo obvio, por grave que pueda ser, estamos condenados a la banalidad, a morir de pura inercia, sin saber que nos morimos o nos estamos muriendo, asistiendo impávidos al propio espectáculo de nuestra muerte, sin tener conciencia de que somos el muerto en el entierro.
Por eso es bueno regresar a los desvanes, ir construyéndolos no sólo en casa, que es difícil por falta de espacio gracias a las "soluciones habitacionales" a las que nos condena el sistema, todo sistema, sino abrir espacios de almacenamiento de recuerdos en el alma, allí, en lo más hondo de nuestro ser, allí donde sólo puede llegar la luz de Dios, que todo lo ve, y está nuestra esencia.
Dejemos de correr en pos de zanahorias sujetas a los palos del consumo, atrevámonos a ser, dejemos de tener, dejemos de vivir aceleradamente la vida, volvamos al pasado para tomar fuerzas y vivir el presente con sentido, con la plenitud que da sabernos vivos, alejados de todo el ruido, ensordecedor en ocasiones, con el que nos machacan los medios de comunicación social, y aquellos que los manejan para hacer crecer sus intereses, para volver a ser nosotros, cañas pensantes, como dijo Pascal, resistentes juncos, frágiles cañas que crecen en la orilla de los ríos, buscando la sombra y el agua, el todo en la nada, y que sueñan y aman con criterio propio.
La vida, la de verdad, puede ser posible. Lo que tenemos, lo que nos ofrecen a todas horas para comprar, es un sucedáneo. Dejemos a la lluvia, con toda su melancolía, que nos siga mordiendo el alma, a ver si así despertamos de una vez del mundo virtual y sin espíritu, y, por tanto, intrascendente en el pleno sentido de la trascendencia, que es buscar más allá de nosotros, sabernos más grandes que un simple organismo que vive y se reproduce, en el que vivimos.
Que siga lloviendo.
Fernando Alda Sánchez
Foto: Pixabay
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