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viernes, 11 de octubre de 2019

El retablo de Maese Pedro






       

     

        Los días parecen sucederse como si las fechas no tuviesen reflejo en el calendario. El otoño ya no comienza el 21 de septiembre, ni se corresponde el clima con lo que debiera ser, así que todo parece llevar retraso. Hasta la memoria tarda en encender los recuerdos, en extraerlos del olvido, en serenarlos en la cabeza, y nada encuentra su lugar en el mundo. Es como si todo estuviese perdido, caminando sin rumbo, descolocado, buscando en la rosa de los vientos un camino a seguir.

        Supongo que son sensaciones que uno va teniendo con el paso de los años, o tal vez es que todo es así, tan variable y líquido que no encuentra el acomodo que debiera, y eso añade a las incertidumbres que ya de por sí tenemos, por sabernos en el mundo, otras nuevas que vamos acumulando por sistema, puesto que pertenecen a nuestra propia naturaleza.

        Ni los rosales del jardín encuentran sosiego. Alguno ha florecido hace tan solo unos días, y ha habido años en los que en su despiste, tal vez por el resolillo poco propio de diciembre, han anunciado el invierno con una hermosa rosa que en casa nos ha llenado a todos de asombro y, por supuesto, de una extraña alegría, quizá como comienzo del Adviento y luego celebración de la Navidad. El jardín se va apagando despacio, como si no tuviera prisa, dejando su rastro de desolación y su tristeza inalcanzable.

         La verdad es que el alma está en estos días a la expectativa, aunque no sabe bien lo que espera. Acaso sea que en mi fuero interno estoy aguardando la llegada de alguna noticia cierta que perfile el mapa borroso de mi existencia en estos momentos, aunque creo que más bien puede ser la falta de acomodo en mis sentires, el seguir resbalando por el filo impreciso de una navaja (no es la de Ockham, ya me gustaría a mi) que me conduce a indefiniciones, al reino desdibujado de la falta de seguridades existenciales.

     Al menos, todo ello en su conjunto, me permite viajar hacia la poesía, hacia los poemas, hacia la versificación de la vida, y no es mala tarea, desde luego, este empeño de buscar metáforas, símbolos, aliteraciones y otras figuras retóricas, para componer la sinfonía de todo cuanto escribo.

     Ya llegará el invierno, con sus rigores en esta Ávila en la que tanto presumimos del frío, y pondrá todo en su lugar, como corresponde, para que el retabillo del mundo, el de Maese Pedro, el de Cervantes y su Quijote, pueda ser representado con fineza, proporción y maestría, con certidumbre, al menos, y encontremos el camino que hemos de seguir sin perder el timón de nuestra nave.

Fernando Alda Sánchez



       

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