Urticante oruga la que avanza
por las agujas del pino,
tal la humillación que se gangrena
entre las nieblas del alma,
la renunciación a todo gozo,
el luto riguroso que impone
enigmática la sibila de la duda,
el oráculo de la sinrazón,
ambiguo acertijo que las leyes
de la probabilidad no desvelan.
Urente poso líquido que va
quemando los límites de la certeza,
arena que abrasa estucos
y policromías, atauriques
y esgrafiados, la decoración
silente de los tabiques que perfilan
impasibles el reino de la dominación.
Acaso un mapa te fuera necesario
para tomar referencias entre la bruma
y los sargazos de este mar sin islas ni costas,
habitado por hidras y cefalópodos
descomunales, agua salada hirviente
o lava primigenia que son
imposibles de surcar:
argonauta eres que en su desvelo
añorase un vellocino opalescente
y las fieras y hermosas sirenas
entonasen cánticos
desesperados de muerte y de destrucción.
Ulises nunca volvió a tensar
su arco, ni regresó a la Ítaca
perdida entre espumas y oleajes,
como tú nunca regresarás
a la infancia y a los sueños,
no volverás a la inocencia,
no dormirás en la ensoñación
de los días lejanos y de las fiestas
sagradas, ni en la túnica
prenderá la insignia del héroe,
ni su pendón tremolará
coronando atalayas, baluartes y torres.
Fúlgido aún el sabor de la victoria
sobre el fúnebre cortejo de aquello
a lo que renunciaste, como un leopardo
agazapado en la retaguardia de la mentira,
así enseña sus colmillos, sus molares,
el afilado acero de la traición.
Desarmados los postreros enemigos,
sobre la llanura legendaria
en la que yacen insepultos los cadáveres
de los adalides y de los príncipes,
así es el desastre que se avecina,
aciago el instante, más allá
de las colinas en las que crecen
salvajes el lentisco, la aulaga y el brezo,
y en las que se pone el sol para siempre
cuando en su descenso no encuentra suelo.
Ya no estarás nunca más
bendecido por el don de la escritura,
poeta maldito que no hallará veneración,
ni bálsamo para el imposible consuelo.
Fernando Alda Sánchez
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