Clama la libertad tu nombre
cuando en las lámparas
votivas se enciende el aceite
esencial de los antepasados,
cuando afirmas haber encontrado
la última crátera en la que el vino
madura sus emboscadas, el infiel
abrazo de la araña más asesina,
el rigor del veneno cuando
viste el capucho negro del verdugo,
y busca no salidas, sino entrañas
en las que amortajar las células
con su abrazo fúnebre de agonía.
Magenta el mirar altivo de las cariátides,
que entre los bucles de espinas
de los rosales esconden
la impudicia y el descrédito,
arcanos antiguos para los que no
tienes respuestas, ni habrá jamás
espejos en los que olvidar
los desengaños diarios, la constante
derrota del tiempo y la ignorancia.
Un fanal sería luz
inconstante, mejor el plenilunio
de las mareas, pues hallaste la atormentada
expresión del fauno que en el bosque
espera la aniquilación de su morada.
Dulce la patria ahora el lugar
al que regresas, en el que vistes
el duelo del desagravio, allí donde
concitas el esplendor de la escarcha
cuando comprendes su níveo
regreso, la incineración de todo
cuanto escribiste y ahora no recuerdas.
Fernando Alda Sánchez
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