Entre los árboles vive
escondido el nervio de la dulzura,
jade oculto, ámbar que encierra
restos fósiles de los mejores días
vividos, de las llamas
sagradas que delimitan tu íntima
morada, la alcoba nupcial
en la que la lluvia y la noche
consumarán su núbil
encuentro. Un lecho
impregnado del aroma
de las estrellas, perfume de luceros
prendidos en el terciopelo
negro de la inmensidad
profunda del firmamento,
como un clavel en la cabellera
oscura de la mujer que amaste,
amatistas refulgiendo
dentro de la geoda de la pasión.
Quieres ser, existir, abrir
sin resistencia el cofre
de lo que fue la infancia,
la urbe a la que siempre regresarías
herido, sobresaltado, cuando en el fragor
del combate vislumbrases el término.
Será o no será, pero no habrá indiferencia.
Vuelve siempre, por favor.
Entre los árboles.
Fernando Alda Sánchez
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