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sábado, 12 de octubre de 2019

Esperando el amanecer

     


           Está a punto de amanecer y escribo con las piquetas de los gallos que buscan la aurora, como escribiera Federico García Lorca, con el pulso en la sangre acelerado, deseando que sea de día, aunque el reloj parece haberse detenido, volverse blando, como los relojes dalinianos, en esa frontera en la que resulta difícil discernir lo que es real de lo que no lo es. Y acaso por eso escribo, para no caer en la locura, para seguir vivo, para estar acompañado en esta larga noche de incertidumbres.

        El sol parece estar en otra parte. Desde la buhardilla no se pinta en el horizonte ni tan siquiera un mínimo albor, una breve raya de luz. Todo es noche y silencio, mientras duerme la vida, aunque el alma esté agitada buscando a Dios en la inmensidad y las soledades. Es el Getsemaní que vivimos en ocasiones, ese profundo dolor que nos impide dormir, velando siempre, buscando siempre, eternos centinelas de la vida.

       No obstante, se que amanecerá. Así lo predice esta escritura que se asoma con asombro al que será el nuevo día, que vendrá con sus afanes y desasosiegos, para quedarse el tiempo necesario en el que volver a ser, en el que volver a sentir la inagotable fuerza de estar vivo, de estar viviendo. Así amanecerá, entre dos luces, en la esperanza cierta de que seremos nosotros, los de siempre, los que abrimos los ojos para contemplar el espectáculo del mundo y representar en el mismo nuestro papel.

      El corazón busca el alba como el minero la salida de la negra oscuridad de las entrañas de la tierra, como la crisálida el vuelo de la mariposa, como la angustia la razón, como el sinsentido la cordura, en este amanecer de otoño que espera la lluvia definitiva, el agua reveladora, la escritura firme que en el alma deje una impronta, el color cálido y despierto que nos libre por ahora de la muerte.

Fernando Alda Sánchez

Foto: freepik




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