Juegan los niños con las vítreas
canicas que el amanecer ha sembrado
entre el rocío, colores
entremezclados en el óleo, el pigmento
atávico que adorna las altas
nubes de los cielos altos,
ese ascender con las alas
prestadas de los arcángeles del sueño,
hasta alcanzar el cenit de los topacios
que presagian la tarde, la dureza
del corindón en la que se fraguan
esbeltos los jinetes del día,
y adormecerse en el sutil
transcurrir del tiempo.
Infinitud se abre ante ti
desde la ventana encendida de mayo,
una jungla sin límites
en la que abandonas todo cuanto
amaste con vehemencia,
la rosa de los vientos que hace
renacer la vida.
Es soledad la que acompaña
tus jornadas, una lectura,
un vaso de vino
tinto, de entrañas suaves,
un poema escrito en un descuido
del orden, nostalgia,
el herrerillo que posa su vuelo
intranquilo en el alfeizar
de cualquier ventana.
Solo resta esperar,
sereno, a la dama
que blande la indeseable guadaña.
Fernando Alda Sánchez
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