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martes, 22 de octubre de 2019
Tanta tristeza...
Hay días en los que la tristeza habita en los tuétanos, en los que parece retorcerse en las entretelas que dan consistencia al alma, en lo más profundo de los ojos y por eso resulta difícil mirar el mundo. Cierras los párpados y no ves más que lágrimas que no fluyen, lágrimas que no son, que no viven, lágrimas que nunca han nacido pero que dejan su rastro de dolor.
Es una tristeza milenaria, como del origen de la vida, como del inicio del tiempo, como de la noche de todas las noches, una tristeza que abrasa los últimos restos de esperanza, que va quemando las raíces mismas de ser. Es una tristeza de sangre, de lunas viejas, de estrellas muriendo, de árboles secos y de caminos embarrados. Es una tristeza de tinieblas, de penumbras, de páramos, de habitaciones vacías, de olvido y desolación.
En los bosques de otoño de estos días hay un anuncio de lo que será esa tristeza invernal, esa tristeza de cadena perpetua, cuando se acorten de verdad los días, cuando nos falten las horas para ver y sentir el sol, y en el alma se extienda una capa gruesa de ceniza y en la mirada solo tengamos el contorno de los cementerios, el silencio de la devastación, del final de los días.
Hay tristezas que apagan la luz, como si fueran a irse pero sin abandonarnos nunca, como si se hubiesen quedado a dormir con nosotros para siempre en la cabecera de la cama, en la mesilla de noche, en las sábanas, por dentro del edredón. Son nuestra sombra, el aire que respiramos, el deseo que anida entre las ramas del corazón que se va helando, que se va acomodando a morir.
Hay tristezas, tanta tristeza...
Fernando Alda Sánchez
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