Se levanta el viento lleno de misteriosos presagios, buscando los resquicios por los que asomarse a la vida. No encuentra su camino. Gira en las veletas perdido, soñando tal vez con las colinas enigmáticas de las que procede. En su huida nos va dejando la ruina de lo que nunca hemos vivido y guardamos en los sueños, en ese si condicional que no nos lleva a ninguna parte, salvo a la nostalgia y la caducidad del tiempo.
Debiéramos ser más como el viento, atrevernos a dejar nuestra vida en las manos de Dios, desde el libre albedrío que nos hace hombres, y vivir en las cañadas y entre las nubes, junto a la lluvia, en el cauce de los ríos, en el agua que nos acoge siempre, sin mirar nuestra procedencia. Aunque es cierto que por mucho que lo neguemos nuestra debilidad, nuestra flaqueza, nos lleva a buscar patrias, y decimos que somos ciudadanos del mundo sabiendo que en el fondo de nuestra resistencia habita una patria, universal, sí, pero una patria.Necesitamos de apegos, de compañías, incluso de la compañía de la soledad, para no estar solos, para no desplomarnos en medio del paisaje, del vacío. Por eso encendemos hogueras, o simples velas, desde la noche de los tiempos, breves luces cuyo resplandor nos ofrece la sensación de un hogar, por humilde que sea. Por eso oramos, por eso elevamos nuestras plegarias al Padre, para no estar solos, para no consumirnos frente al vacío, para seguir viviendo.
Hoy el viento dibuja nostalgias entre las torres de Ávila. Lo veo mecer los sueños de la ciudad, moverlos caóticamente como las hojas de este otoño que, por fin, parece que ha llegado de verdad, ajustando el calendario y los relojes. El viento desentraña caminos en las veletas, aunque es caprichoso, y cambia de dirección, para confundirnos más aún si cabe, para que no encontremos certezas ni sepamos hacia donde va. Es así de misterioso y de voluble.
No iré tras él viento. Mi patria está en los caminos, pero no está tan lejos. Correría el riesgo de que mis raíces se secasen, se perdiesen en un vano intento por alcanzar lo que no tiene origen ni fin. Seguiré escuchando el viento golpear contra las ventanas de la casa, que ahora vive en un extraño silencio, como si estuviese anhelando a los que la habitan en esa espera en la que Penélope teje y desteje los días y las horas, los deseos, las lluvias y las soledades, aguardando el ensalmo de la alegría del retorno, del viaje acabado, del héroe que llega a su casa desarbolado, pero lúcidamente entero.
Dejemos volar al viento.
Fernando Alda Sánchez
Foto: elmercaderdelmar.com
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