"Abril es el mes más cruel: engendra
Lilas de la tierra muerta, mezcla
Recuerdos y anhelos, despierta
Inertes raíces con lluvias primaverales
El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
La tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
Una pequeña vida con tubérculos secos".
Estos son los primeros versos de uno de los poemas más herméticos y hermosos que se han escrito nunca, "La tierra baldía", de T.S. Eliot (St Louis, EE.UU., 1888 - Londres, Reino Unido, 1965), una de las cumbres de la poesía en lengua inglesa del siglo XX, uno de esos poetas de referencia que hay que conocer para adentrarnos en el misterio más profundo de la belleza y de la poesía.
Eliot es un poeta estadounidense y un poeta británico, pues su obra, como él mismo llegó a manifestar, no habría sido la misma si hubiese nacido y vivido en una sola de las orillas del Atlántico. Su vida y su obra gravitaron en ambas. "La tierra baldía" es mucho más que una renovación de la poesía del momento, es mucho más que un poema vanguardista, es mucho más que innovación a la hora de versificar, es un canto a la soledad del hombre en medio de un mundo que no comprende, de un mundo que se está haciendo pedazos y cuyos restos se conservan en medio de un páramo inhabitable.
Los versos de Eliot están llenos de una extraña belleza, como le ocurre a los grandes poetas. En los mismos cohabita la erudición con la cultura popular, con el simbolismo, la musicalidad, la plasticidad de las imágenes y del lenguaje, para llevarnos al asombro de la condición humana en su forma más radical.
En los poemas de Eliot está también la religiosidad, la Biblia, la vida de los santos, pues no en vano se convirtió, en su etapa de madurez, al anglicanismo. En el prólogo de la edición que tengo de "La tierra baldía" (Ediciones Picazo, Cuadernos de Poesía Universal, Barcelona, 1977) escribe Agustí Bartra que en este poema "gravita una afirmación: que el camino hacia el nuevo humanismo pasa a través de Dios. Y el polvo que en él se alza es el polvo del Eclesiastés".
Como anécdota contaré que T.S. Eliot estudió en la Universidad de Harvard, y que en la misma tuvo como maestro a Jorge Santayana, cuya infancia transcurrió en mi querida ciudad de Ávila. A buen seguro Santayana, que también amaba a la que fuera durante unos años su ciudad, como así lo manifestó en alguno de sus escritos, pues en ella encontró el espejo del alma, acaso el Castillo Interior teresiano, pudo transmitirle esos mismos sentimientos. Confieso que no me veo capaz de intentar descubrirlos. Como decía al inicio, es una anécdota que como abulense me apetece reseñar. Los caminos de la cultura y de la poesía tienen mágicas encrucijadas que los enlazan de forma sorprendente.
Es la soledad terrible del ser humano en estado puro, frente al mundo, frente a la muerte. Como escribiera Eliot en otro de sus poemas más conocidos, "Los hombres huecos", es porque:
"Somos los hombre huecos
Los hombres embutidos
Nos inclinamos juntos
Con las cabezas llenas
De paja ¡Ay! ¡Ay!
Y nuestras voces ásperas
Cuando cuchicheamos
Son quedas sin sentido
Viento en la hierba seca
O el trote de las ratas
En los vidrios quebrados
De nuestros secos sótanos".
Os invito a leer y a soñar.
Fernando Alda Sánchez
Acompaño la reseña con la portada de la edición bilingüe de "La tierra baldía" realizada por la editorial Celesta.
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