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jueves, 24 de octubre de 2019

Las primeras nieves


          Las primeras nieves del otoño han dejado su penacho en La Serrota, en el pico Zapatero, supongo que en Gredos también. No parecen, por el momento, muy consistentes, pero están ahí, quizá para hacer bueno el dicho de que "por los Santos, la nieve en los altos". No siempre ocurre de este modo.

           Hoy luce un día como son los días de Ávila, sin nubes, con un sol que arde sin fuerza, a fuego lento, pero que ilumina con esplendor. De fondo, un cielo absolutamente azul, inmaculado, un cielo alto, transparente casi, desde el que se puede ver a Dios. Así lo pensaría Santa Teresa, en esta su Ávila del XVI, tan del XVI también, por sus palacios, como dijo Azorín, cuando ella dibujaba el Castillo Interior del alma.

       Con la nieve han llegado otros recuerdos, que aguardan su momento para entrar, como si quisieran pedir un permiso que no necesitan. Vienen de lejos, de muy lejos, quizá desde el frío, buscando las torres de la ciudad, las torres que anidan en la mirada de los que nos asomamos al Valle Amblés esperando encontrar sus límites entre la luz y las sombras de las encinas, tan pegadas a la tierra, y de los álamos, que lucen con orgullo las ocres y amarillas ropas fúnebres con las que los ha vestido el otoño.

         Ante tanta luz desbordante, tras la grisura de estos últimos días de lluvia, el corazón parece recobrar parte del pulso necesario, un latido tímido, una brizna de esperanza, como un temblor, un fluir de sangre, un poco de viento en las velas para comenzar a navegar. Aunque puede que todo  sea un espejismo, dolorida y acobardada como está el alma, tras tantas congojas que la vida te va sirviendo en amarga bandeja.

        Y miras la luz, el sol, el vuelo de algún pájaro que pasa triste frente a tu ventana, mientras el día crece para morir luego en cenizas, tras el horizonte cambiante. Y te preguntas si estas primeras nieves serán luego bienes, como remacha la sabiduría popular, o simplemente un adorno para las cumbres, para que se vistan de gloria hasta la primavera, en la que, tras su paso, al contrario que los árboles, mostrarán su más desolada desnudez.

        Miraré la nieve y seguirán regresando los recuerdos a su casa, como hogueras, como llamaradas de nostalgia, pues así los reclamo, para volver a ser, para volver a vivir en mi deseo. Y entonces, una vez más, con los ojos velados, seguiré mirando la nieve.

Fernando Alda Sánchez

Nota: La foto no se corresponde con el paisaje que describo. Es de pixabay


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